domingo, 28 de septiembre de 2014

Sino es el hampa nos mata la depresión.

Yo he tenido una percepción (un poco más cercana  de la que puede tener el Ministro Rodríguez Torres, por eso de que ando como Dios me trajo al mundo, sin escoltas) de que cada día más jóvenes están sufriendo de patologías asociadas a alguna raíz depresiva (disculpen mi ignorancia hacia los tecnicismos psicológicos) pero veo jóvenes que se quedan en su casas por temor a salir, veo que empiezan a tener miedos diversos muy desarrollados, porque se sienten frustrados, solos, desprotegidos.  
La juventud esta siempre identificada con la actividad, con la esperanza, con la vitalidad, la energía. Y lo que yo veo a mi alrededor son  jóvenes marchitos, jóvenes con años que les caen como ladrillos. Incluso yo, que tengo una tendencia a una pedagogía negativa, últimamente he tenido una especie de agarofóbia, porque al igual que mis contemporáneos comparto una realidad inhóspita donde cada día se nos empequeñece la libertad, la esperanza, la vida, el futuro, el presente, la alegría, la vitalidad.
Y veo con preocupación que aparte de una economía destruida,  el sector salud por el piso, y esas incontables cosillas tan ínfimas de la cotidianidad roja rojita, los jóvenes se están marchitando, lo que equivale que se nos marchite el futuro. Como cual demógrafo el bono demográfico lo estamos escoñetando. No es que yo vea en sentido utilitario a la juventud, pero es que ¿Qué pasaría en un país con una juventud deprimida?
Cada día veo más despedidas que sonrisas, veo más lágrimas que esperanza, veo más ensimismamiento que lucha, veo los ojos perdidos de una juventud deprimida. Y eso me asusta más que cualquier otro índice económico o de salud. Me asusta porque no quiero estar deprimida, no quiero ver ojos deprimidos, no quiero vivir en el país más feliz del mundo, a cuenta de unos cuantos chistes crueles de nuestra triste realidad.
¿Será esto producto de una “democracia” que nos excluye, de una realidad paralela muy bonita que cuentan los gobernantes que nos invisibiliza, de unas calles inhóspitas que nos desplazan, de no ver ningún tipo de futuro o de años y años gritando nuestro descontento con un sinsabor ronco?
Parece que el único índice positivo, ese de la felicidad, también pronto reflejara cifras negativas. Aunque esa felicidad compartida por todos nosotros es una gran generalización, lo es también esta depresión comunitaria que observo se propaga como el chikungunya por todo el territorio (Chiste cruel de nuestra triste realidad)… pero al final es solo mi deprimida percepción. 



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